Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México
Hace un poco más de tres siglos, en 1706, llegó al mundo, en París, Gabriela Emilia le Tonnelier Breteuil, hija de Luís Nicolás le Tonnelier, barón de Preuilly, a quien Luís XlV le guardó consideraciones especiales que, a su vez, consintieron que Gabriela pudiese estudiar con preceptores de talento, desarrollar su inteligencia y acceder, especialmente, al intricado conocimiento de las ciencias matemáticas y, por este sendero, llegar al pensamiento Ilustrado que hizo de la razón humana y de la ciencia el punto de apoyo para comprender los contextos sociales.
Gabriela Emilia se casó a los 19 años -en el entorno de los matrimonios de conveniencia de aquella época- con Claude Chatelet, cuya relación marital tuvo visos de una fría formalidad debido a las expectativas distintas que los dos tuvieron frente al mundo: ella preocupada del arte, de la poesía, de la ciencia y de la investigación, mientras tanto que su esposo dedicó el mayor tiempo –al menos en los primeros años- al servicio militar.
En el entorno de las circunstancias señaladas la marquesa de Chatelet, poco tiempo más tarde a su matrimonio se convirtió en la mujer, amiga, compañera, y confidente del gran pensador francés Voltaire (Francois-Marie Arouet). Fue una relación intensa que arrancó del insigne pensador galo, los siguientes renglones cortos: “¿Por qué llegaste tan tarde a mi vida?/ ¿Qué he hecho con mi vida hasta ahora?/ He buscado el amor/ y solo he visto espejismos…/”
La Marquesa dedicó mucho tiempo al estudio sobre la filosofía natural, es decir a lo que denominamos hoy las ciencias físicas. En su producción encontramos un estudio sobre la “La Naturaleza y la propagación del fuego” y un “Tratado sobre Instituciones de Física”, en cuyas páginas se descubre un lúcido análisis de la obra del filósofo racionalista Leibniz, lo cual denota el nivel de formación académica de esta apasionada mujer, cuyas horas estuvieron dedicadas al estudio y, además, a vivir con plenitud con el enciclopedista francés Voltaire.
Tanto Gabriela Emilia como Voltaire fueron, igualmente, admiradores, de la obra del físico inglés Isaac Newton, de manera particular en lo concerniente a sus disquisiciones sobre el orden del cosmos. Ella, científica pura, tomó las ideas de Newton para sus estudios sobre la conservación de la energía y la naturaleza de la luz; él buscó la forma de trasladar las leyes racionales del cosmos al orden político.
De esta manera que los dos personajes, cada uno en su perspectiva, establecieron un centro de estudio -en el Castillo de Cirey- desde el cual se dedicaron con inusitado arresto en la búsqueda del conocimiento; todo ello fue desarrollado a manera de catarsis frente a los descréditos que sus adversarios proferían y, a contrapelo, en medio del descubrimiento de sus propios horizontes.
Otra de las tareas fundamentales a las que dedicó su tiempo Gabriela Emilia fue el referente a traducir del inglés al francés la obra del físico Newton, asunto que, de otro lado, fortaleció notablemente al desarrollo de las ciencias en la Patria Gala.
En 1749, la Marquesa de Chatelet abandonó este mundo, cuando apenas tenía 43 años de edad. Sus palabras, dichas un par de años atrás a su partida, en una misiva a al Rey Federico de Prusia, la descubren de cuerpo entero: “júzguenme por mis propios méritos o por la falta de ellos, no por ser el apéndice de un gran general o de un ilustre sabio”.
La historia debe recuperar su talento y sus aportes a la ciencia, más allá de que su inteligencia y sus afectos formaron parte de una personalidad que al paso del tiempo siguen proyectando los mismos colores de la aurora, aquellos destellos que anuncian nuevos días para las causas destacadas.