AGO, 04, 2013
Germán Rodas Chaves
Publicado en La Hora: https://lahora.com.ec/noticia/1101542657/home
El recuento de los sucesos históricos –ojalá con mirada crítica– es una de las tareas sustantivas del historiador. Su oficio, empero, está atravesado por la necesidad de colocar en contexto los acontecimientos, con la finalidad de impedir que tan solo se describan hechos y se comenten anécdotas o detalles que no escrutan la estructura social a cuyo interior se suceden las vivencias del género humano.
Así, la validez de la investigación histórica, como decía el historiador norteamericano Christopher Lloyd, residirá en la capacidad de dirigir la atención teórica y empírica con la finalidad de estudiar de qué manera la acción de los hombres, el pensamiento y las estructuras han interactuado en el tiempo.
Estas ideas que nos conducen, sin dilaciones, al complejo tramado de las concatenaciones entre lo objetivo y lo subjetivo y hacia el antiguo y no bien resuelto problema del rol de los grupos humanos con características sociales y culturales propias frente a los procesos estructurales de la sociedad, forman parte, entre otras cosas, de la exigente responsabilidad de construir los procesos históricos sobre la base de la información documentada.
Si. Información documentada, porque de lo que se trata, finalmente, en el marco de cualquier interpretación de los hechos, es de demostrar que estos forman parte de la realidad y que son posibles de ser probados con la documentación pertinente de respaldo. La historia no puede ser escrita de otra manera.
Incluso la novela histórica –que puede permitirse algunas permisiones– no se da el lujo de omitir la investigación previa y la documentación de soporte para relatarnos, entretenidamente, cualquier momento histórico trascendente escogido por el autor.
Aquello ocurre en los trabajos de calidad no solamente para asegurar el tratamiento fidedigno de una circunstancia particular, sino porque los lectores, cada vez más, exigen rigurosidad a este género literario. Por ello, la novela histórica se halla recorriendo el camino de la paráfrasis como una fórmula para dar cuenta de episodios que han impactado la historia universal.
De esta forma, diversos autores contemporáneos de la novela histórica no solamente que han optado por deleitarnos con los signos en rotación, sino que han comprendido que es indispensable apoyar sus textos en documentaciones pertinentes que se demuestran con la amplia bibliografía consultada que va al final de sus obras. Se ha trazado así una cancha en la cual la documentación de respaldo es fundamental a la hora de novelar la historia.
Si aquello viene ocurriendo con este género literario de entretenimiento, qué se puede decir de la ciencia histórica cuyo compromiso es hablar con documentos probatorios sobre los sucesos de la humanidad, más allá de las interpretaciones que se puedan hacer sobre esos mismos sucesos.
Por todo lo dicho es de enorme importancia la circunstancia del historiador colombiano Armando Martínez –vinculado al post-doctorado de la Universidad Andina Simón Bolívar– quien ha encontrado en el Archivo Nacional de Historia en Quito la documentación de respaldo que nos permite saber qué trataron Simón Bolívar y José de San Martín en su encuentro de julio de 1822 en Guayaquil.
En efecto, el informe que el secretario de Simón Bolívar, José Gabriel Pérez, redactara el 29 de julio de 1822 y que le enviara al general Sucre, entonces Intendente de Quito, es una revelación que desentraña uno de los más importantes episodios en el tortuoso camino de la construcción de nuestra República. Y sobre todo es un instrumento para develar una circunstancia histórica que ha tenido interpretaciones diversas y vaivenes que han orillado en el mundo de la subjetividad. Hoy la realidad es otra y aquello es un aporte fundamental para la historia ecuatoriana.