Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México
Las diversas misiones científicas que arribaron a la Real Audiencia de Quito en el siglo XVlll y en los primeros años del siglo XlX se interesaron, entre otras cosas, en la planta medicinal llamada la quina que ya había adquirido fama en diversos territorios de la región americana –y luego en Europa- debido a su especificidad curativa frente a lo que entonces se designó como las fiebres intermitentes y, particularmente, gracias a sus propiedades para curar al paludismo.
En efecto, en 1736 arribó a la Presidencia de Quito la misión Geodésica Francesa, enviada por la Academia de Ciencias de París, con la finalidad de efectuar estudios que le permitieran definir la forma del globo terráqueo. Formando parte de la misión, que estuvo al mando de Luis Godin y de Carlos María de la Condamine, se hallaba el Ingeniero J. De Morainville quien, en 1738, acompañó a La Condamine hasta el sitio de Saraguro, ubicado en la Provincia de Loja –actual región fronteriza con el Perú- con la finalidad de estudiar el árbol de quina o cascarilla que, como lo he referido, se utilizaba para el tratamiento de la malaria. Con esta oportunidad Morainville dibujó la planta de la quina y su representación, subsiguientemente, fue ampliamente difundida en el viejo continente, particularmente en Francia y en España.
En este orden de sucesos también debe mencionarse la tarea de un criollo cuzqueño, Miguel de Santisteban, quien estuvo al servicio de la Corona Española y que fue encargado, en 1752, de la búsqueda de la quina. El mentado personaje luego de haber permanecido un largo tiempo en la provincia de Loja remitió un informe de sus estudios–acompañados de numerosos bosquejos- a Santa Fe de Bogotá. Este trabajo fue, luego, entregado al médico, sacerdote y científico español Celestino Mutis, dedicado a los estudios botánicos quien, en 1764, remitió ese material a Suecia para que fuera examinado por el botánico Carlos Linneo, el mismo que a partir de tal información, reformuló la descripción de la quina.
Mutis –quien arribó a Santa Fe en 1760 y fue autor de una importante bibliografía sobre las características de la quina-desde 1783 dirigió la Expedición Botánica de la Nueva Granada la cual, en 1801, encargó al patriota granadino Francisco de Caldas para que viajara a Quito tras la huella de la quina. Mientras Caldas efectuaba los estudios que le fueron encomendados, ocurrió la presencia en la Real Audiencia de Quito del botánico español Anastasio Guzmán, miembro de La Regia Sociedad de Sevilla, también interesado en el conocimiento de la quina. Guzmán realizó su trabajo con el apoyo del ilustrado quiteño José Mejía.
Paralelamente a las misiones señaladas, otros dos investigadores formidables estuvieron en la Audiencia de Quito. Se trató de la Misión conformada por el alemán Alexander von Humboldt y el investigador francés Aimé Bond Pland quienes llegaron a Quito en 1802. Su preocupación por estudiar la quina fue notable.
En medio de toda esta realidad es preciso señalar que el científico quiteño Eugenio Espejo desarrolló, asimismo, estudios sobre la quina. En 1792 escribió Memoria sobre el corte de las quinas en cuyo estudio efectuó una serie de análisis sobre los aspectos más significativos de la quina en Loja y se refirió a la depredación de la planta y cuestionó, con pericia, la extracción indiscriminada de la quina y la ausencia de mecanismos e iniciativas que pudieran asegurar su remplazo, puesto “que su Majestad ha ordenado se extraiga la quina en todos sus dominios”.
En 1805 también estuvo en Loja Juan Tafalla, integrante de lo que se conoció como la Expedición Botánica del Perú, y que al disponerse que los Jefes de esa misión –Hipólito Ruiz y José Pavón- retornarán a Madrid, recibió el encargo de trasladarse a Loja, para que completará el trabajo de tal expedición y enviara a España las muestras de las plantas que pudiera considerar de valía botánica y, desde luego, la información pertinente sobre ellas. Tafalla puso denodado interés en el estudio de la cascarilla lojana logrando establecer una variadísima clasificación de esta planta y de su uso, también, diverso.
Es complementario señalar que los estudios de la quina dieron cuenta no sólo el interés por ampliar el conocimiento, sino que expresaron una finalidad relacionada con la afirmación de los europeos del “otro yo” y de la utilización “de lo suyo”, en la perspectiva agregada de favorecer la economía de las metrópolis; pero no cabe la menor duda que junto a tales propósitos, el género humano debe reconocer y valorar el rol de estas misiones científicas ilustradas que estudiaron la quina, puesto que sus empeños auxiliaron en la tarea de batallar frente a determinadas enfermedades, esa faena que hasta nuestros días sigue comprometida con la supervivencia de la especie.