Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México
Rafael Barrett, un madrileño emparentado con la Casa de Alba y con el Imperio británico, cuyo nombre completo fue Rafael Ángel Jorge Julián Barrett Clarke y Álvarez de Toledo, en un Teatro madrileño recibió una agresión verbal proveniente de un encumbrado señor de la corte española -el Duque de Arión- de la misma imbécil y frívola casta social a la que se pertenecía Barrett. Frente a esta circunstancia, Barret arremetió a latigazos contra su ofensor a vista de todos. Este episodio aconteció el 24 de abril de 1902, cuando nuestro personaje tenía 28 años de edad.
Después del suceso referido, Barrett dejó para siempre España, aquella España de la llamada generación del 98 –la de Pio Baroja y Ramón del Valle Inclán-que vivió el drama de la crisis monárquica, el fin del imperio, la necesidad de refundar un nuevo estado y en cuyo contexto tan complejo, la voz de Barrett emergió al lado del “regeneracionismo”, corriente epistémica que sintetizó su propuesta a partir de aquella máxima que expresó que “era indispensable echar doble llave al sepulcro del Cid y ocuparse de la realidad inmediata”.
En 1903 Barrett llegó a Buenos Aires puerto en el que, gracias a su talento y capacidad como pensador y escritor, pudo dedicarse al periodismo en el diario “El Tiempo”. Empero, su mayor producción estuvo en el diario “El Correo Español”, espacio de expresión de los españoles republicanos en Argentina.
Paralelamente a su desarrollo personal, Barrett fue compenetrándose con la realidad del pueblo argentino, con la situación de los migrantes europeos y con sus expectativas sociales que provenían, en muchos de los casos, de las influencia del debate europeo que aconteció a finales del siglo XlX alrededor de las vicisitudes de la primera internacional de los trabajadores y de sus debates internos que confrontaron a Marx con Bakunín.
Para entonces Barrett había confesado “amo a los desgraciados, a los caídos a los pisados”, postura que se tradujo en su producción periodística que no solamente contribuyó a la difusión de las ideas de los radicales de la época, sino que puso de manifiesto su enorme capacidad literaria, aquella que la llevó en 1904 a Paraguay con el propósito de cubrir -como corresponsal de prensa- la revolución liberal, con la cual se identificó rápidamente, al punto que luego del triunfo de tal revolución -que dejó el tufo de las rebeliones inacabadas- se quedó a vivir en Asunción, tanto más que se había acercado a la Unión Obrera del Paraguay a propósito de sus convicciones anarquistas, definidas plenamente ya en este periodo.
La dictadura de 1908 del Coronel Albino Jara, que dio al traste con la revolución liberal en Paraguay, persiguió a Barrett -entonces ya con los signos de la tuberculosis- quien sufrió arrestos domiciliarios y carcelazos que fueron socavando su salud.
El anarquista sufrió, en medio de estos trances, el destierro a Montevideo, lugar en el cual se vinculó con la prensa anarquista y con los círculos intelectuales progresistas de la época.
La tuberculosis lo haría abandonar Uruguay en 1909 y volver, clandestinamente, a Paraguay, en donde lentamente se abrieron las puertas de algunos medios periodísticos para que el y su familia pudiesen subsistir. En medio de este torbellino le sobrevino la muerte a Barrett, en 1910, dejando una niña huérfana y una compañera de vida que habían comprendido sus ideales y su lucha y que le acompañaron hasta el final de sus días.
Augusto Roa Bastos, el formidable escritor paraguayo, dijo de Barrett que fue un precursor en todos los sentidos y fue quien enseñó a escribir a los paraguayos. Yo añadiría que en las latitudes por las cuales transitó el protagonista de estas líneas, adicionalmente enseñó a luchar -y a cuestionar el establishment- a los miles de explotados de aquellos rincones de nuestro continente.