DIC, 22, 2013
Germán Rodas Chaves
Publicado en La Hora: https://lahora.com.ec/noticia/1101607994/universidad-ante-todo-compromiso-crtico
Los orígenes de la Universidad debemos buscarlos en el medievo europeo, cuando la idea política básica fue la Cristiandad, de allí que el funcionamiento de la Universidad y su quehacer académico se articularon, entonces, a los objetivos de quienes la instituyeron: príncipes y prelados. En este tipo de Universidad, la Teología –fundamentalmente– el Derecho, la Medicina y la Filosofía fueron las enseñanzas y aprendizajes básicos que interpretaron el mundo, teniendo a Dios como centro del conocimiento.
Es a partir del siglo XV cuando la Universidad enfrenta una nueva circunstancia en su tarea, pues nuevas condiciones socio-económicas y epistemológicas marcaron la comprensión de la realidad. Se produjo la presencia de la Reforma y se había iniciado el proceso de construcción de los Estados Nacionales.
Luego, en el siglo XVl, se fueron abriendo los espacios para la investigación. Por ejemplo, la Universidad de Cambridge creó la cátedra de investigación en 1794, aun cuando los estudios de Newton fueron escritos en 1687. De todas formas, las perspectivas de estudiar el mundo circundante se había iniciado ante el incontrastable avance de los conocimientos y luego del proceso dialéctico que superó la escolástica para la comprensión adecuada de la realidad.
Por lo afirmado, pues, la evolución de las sociedades –cambios que a su vez han respondido a la variación de los grupos sociales en el poder– ha sido el factor que ha incidido en el rol de las universidades. Aquello ha ocurrido porque, finalmente, estas expresan los intereses objetivos de las sociedades –y aún los provenientes de la subjetividad humana– en su perspectiva de reproducir el arquetipo social e ideológico de un momento histórico determinado.
Una realidad que da cuenta de este panorama señalado ocurrió –y lo cito a manera de ejemplificación– en Francia, cuando la Revolución pulverizó a la Universidad en setiembre de 1793. Las universidades que se fueron construyendo luego, en el marco del andamiaje napoleónico, comenzaron a ser implantadas bajo una específica orientación: estructuras educativas al servicio de los intereses del Estado.
Pero, frente a esta direccionalidad, también habrían de irse consolidando en el tiempo, y en todo el mundo, nuevos criterios para el funcionamiento de la Universidad. Estas orientaciones, algunas contra hegemónicas, respondieron a la diversidad de opiniones –y también de intereses antisistema– debido a que la sociedad es diversa y compleja, como de hecho lo es la Universidad, como debe ser entendida y construida en este siglo.
Para llegar a esta realidad, se ha debido transitar, adicionalmente, desde los polos de “la unidad del conocimiento”, es decir desde la idea de que todos los aprendizajes universitarios están entrelazados entre sí, hasta aquellos que se sustentaron en la especificidad de la ciencia o los que afirman que la formación intelectual supone modelar un individuo que discuta desde el ámbito de la formación científica, para construir nuevos saberes y que sea capaz de averiguar las relaciones de estos conocimientos con la sociedad. De esta manera, las ciencias duras y las ciencias humanas se vuelven complementarias y no excluyentes.
No es nada nuevo decir que el rol de las universidades tiene hoy en día la tarea impostergable de la investigación. En tal perspectiva la ciencia y la investigación se vuelven paralelas para buscar la verdad –ese paradigma en permanente construcción– y para ello debe estar alerta a fin de contradecir los dogmas de cualquier naturaleza.
Precisamente, por todo lo afirmado, la Universidad no puede estar sometida a ningún monopolio ideológico. Su tarea debe levantarse haciendo uso del pensamiento crítico y construir una ecuación histórica que emerja de la relación ciencia y sociedad, dos categorías en permanente movimiento y transformación.