Un asesinato que conmovió al mundo

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Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México

Un piolet asestado a mansalva en la cabeza de Lev Davidovich Bronstein le condujo a este político ruso a una lenta agonía que culminaría con su vida a las pocas horas de tan execrable suceso. Aquello ocurrió el 20 de agosto de hace 80 años, al propio tiempo que su asesino, el español Ramón Mercader, fue tomado preso y posteriormente condenado a muchos años de prisión por este magnicidio que conmovió al mundo.

Bronstein, conocido como León Trotsky, había llegado a México en 1937, en su largo trajín de exilio que lo inició en 1929 cuando fue expulsado de lo que constituyó la URSS, a propósito de la persecución que Stalin montó en su contra.

Trotsky fue el quinto hijo de una pareja de granjeros de clase media, circunstancia que le condujo a que se adhiriera, inicialmente, a las luchas agrarias y después se adscribiera, definitivamente, en la escuela filosófica del pensamiento marxista, bajo cuyas concepciones combatió al régimen autocrático zarista, asunto que habría de provocar su prisión y el destierro a Siberia, en cuyo lugar adoptó el nombre -con el cual se le conoció hasta el final de su vida- de uno de sus carceleros.

En el proceso de la revolución Rusa, Trotsky apoyó a Lenin para derrocar al gobierno provisional surgido de la revolución de febrero de 1917 que fuera encabezado por Kerensky.  Luego del triunfo de los bolcheviques, en octubre del mismo año, Trotsky asumió responsabilidades de importancia entre las que vale destacar la creación y dirección del llamado Ejército Rojo.

Sus discrepancias con Stalin fueron tempranas y cuando este logró el control del Partido, lo expulsó de sus filas y le deportó del  país. Su largo destierro le permitió escribir, entre otros títulos,  Mi vida (1930) e Historia de la Revolución Rusa (1932), todo lo cual estuvo acompañado de una intensa actividad intelectual en defensa de sus tesis y de crítica a la política estalinista, construida alrededor del dogmatismo y el sectarismo.

León Trotsky no solamente trabajó en la producción de textos referentes al debate respecto del carácter de la revolución Rusa y su repercusión en el mundo, o en relación a lo que él consideró la “Revolución Traicionada”, sino que, gracias a su talento, incursionó en la crítica literaria, asunto que fue tratado en su libro Literatura y Revolución (1923) en cuyas páginas examinó las relaciones entre la estética y las contradicciones sociales, a más de inferir la conveniencia respecto a que las expresiones del arte deberían poseer una libre y constante experimentación.

Su asesinato, acaecido en México, a pesar de toda protección brindada por sus partidarios y amigos -entre ellos de los formidables artistas mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera- supuso, a los ojos del mundo, el corolario de una persecución que el régimen Soviético había lanzado en contra de sus adversarios, en clara demostración de una línea de intolerancia.

Recordar a Trotsky, a propósito de su muerte, tiene el sentido adicional de insistir que no se pueden arriar las banderas del debate para discernir las controversias y las asimetrías ideológicas. Todo ello, a contrapelo de las irredentas conductas que pretenden acallar, con cualquier forma de persecución y método de silenciamiento, la inteligencia de los seres humanos.

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