9 de julio de 1925: ¿Hubo una revolución?

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Artículo de Germán Rodas Chaves para Diario El Comercio.

La posesión como Presidente de la República, acontecida el 1 de septiembre de 1924, del liberal Gonzalo Córdova, quien se impuso electoralmente mediante el fraude sobre las candidaturas del conservador Jacinto Jijón y del militar progresista Juan Manuel Lasso, abrió una etapa de incertidumbres en el Ecuador.

Esta realidad fue más notoria cuando Jijón y Caamaño acaudilló una revuelta en el norte del país, en rechazo a la estafa electiva y al nuevo Gobierno, suceso que fue sofocado por el Ejército, pero que, finalmente, contribuyo a debilitar al régimen que, entonces, fue desafiado por una oposición creciente y diversa en el país.

En efecto, Córdova tuvo que enfrentar, inmediatamente, a fracciones económicas y sociales como las que lideró el empresario liberal Luis Napoleón Dillon; a grupos de intelectuales serranos cuya formación ideológica se produjo en su contacto con las ideas del pensamiento socialista –y que se agruparon el 16 de septiembre de 1924, pocos días después de la posesión Presidencial, bajo el nombre de Grupo Antorcha-, y a núcleos de jóvenes oficiales inconformes con la realidad nacional.

Todas estas circunstancias fueron posibles en el contexto de un claro debilitamiento del Estado Liberal.

Un sector de la oficialidad joven del Ejército, contrario al modelo económico y social del período, se organizó en una estructura denominada la Liga Secreta, algunos de cuyos miembros tuvieron contacto político –y conspirador- con determinados sectores de civiles, entre ellos, precisamente, con el Grupo Antorcha y, particularmente, con uno de sus integrantes, el joven médico Ricardo Paredes Romero. Aquellos jóvenes oficiales rebasaron toda opinión de la superioridad militar que se había mantenido cercana al poder.

La resolución de los oficiales de destituir al Presidente Córdova y de promover cambios de fondo en el país, se materializó el 9 de julio de 1925.

Esta circunstancia histórica, sobrevenida exactamente hace 92 años, ha sido conocida en la historia nacional como la Revolución Juliana.

Sobre el carácter de la Revolución Juliana en la historiografía nacional, se han establecido algunas opiniones distintas a las que han señalado que hubo un proceso revolucionario en julio de 1925; de ellas las más difundidas han referido que los acontecimientos del 9 de julio de 1925 deben ser considerados un simple ‘cuartelazo’; que hubo un enfrentamiento entre sectores económicos de la Sierra con algunos grupos de poder de la Costa, particularmente guayaquileños; o bien que la jornada Juliana –que instauró un ciclo histórico hasta 1931- fue tan solo el resultado de los afanes por recuperar el camino extraviado del liberalismo radical.

En este orden de cosas, los acontecimientos alrededor de ‘La Juliana’ deben ser diferenciados a partir de la formación, en octubre de 1924, de la Liga Secreta Militar, la misma que el 9 de julio de 1925 articuló la caída de Córdova y que con el control del poder, mediante la Junta Suprema Militar y, luego, a través de la Junta Provisional Militar –en las cuales el Teniente Coronel Telmo Paz y Miño tuvo un protagonismo fundamental- clausuró el período liberal civilista y plutocrático, en medio de una amplia adhesión popular.

Posteriormente a este acontecimiento, gobernaron la Primera y la Segunda Juntas de Gobierno Provisionales (julio de 1925 – marzo de 1926) las cuales se instauraron en medio de tensiones debido a la cambiante correlación de fuerzas respecto del primer momento insurreccional, dando paso, así, a una alianza político-social que impulsó importantes reformas. Subsiguientemente, los gobiernos de Ayora (1926-1931) expresaron los afanes de cambio del período que, de manera relevante, permitieron, por ejemplo, edificar los albores de la salud pública, con la preocupación consiguiente sobre las determinaciones sociales que actúan sobre la sociedad, comportamiento similar evidenciado, en otras esferas, por parte de esta misma administración que asumió una conducta vigorosamente social en el ejercicio del poder.

La interrogante para aproximarnos a una respuesta sobre el carácter revolucionario o no del 9 de julio de 1925, por lo tanto, debe referirse a los objetivos de la Liga Secreta y, luego, a los efectos reales que produjo la presencia de las Juntas Militares –que abrieron paso al ciclo juliano- frente a las características estructurales anteriores.

En todo caso, como paso previo, conviene una digresión: cuando se habla de revoluciones se corre el riesgo de entrar exclusivamente en la búsqueda y descripción de resultados de larga temporalidad. Esta manera preferencial de interpretar el fenómeno revolucionario tiene el problema de enfrentarnos a una visión épica y mítica de la revolución, cuando no hay menor duda que los procesos revolucionarios deben ser juzgados desde una perspectiva que nos conduzca a discernir sobre las condiciones sociales que han impulsado y definido un proceso histórico de cambio y que en un momento específico cierran ciclos sociales, económicos y políticos anteriores, dando lugar a nuevos períodos históricos.

La Liga Militar y las Juntas Militares liquidaron el período liberal, en su etapa civilista y plutocrática. Aquel indicador puede orientarnos a calificar los acontecimientos del 9 de julio de 1925 como un hecho insurrecto de honda y profunda significación en el siglo XX.

* Historiador y escritor. Miembro de la Academia Nacional de Historia.