SEP, 11, 2016 |
Germán Rodas Chaves
Publicado en La Hora: https://lahora.com.ec/noticia/1101981750/noticia
Rafael Barrett -un madrileño emparentado con la Casa de Alba y con el Imperio británico, cuyo nombre completo fue Rafael Ángel Jorge Julián Barrett Clarke y Álvarez de Toledo, en un teatro de Madrid- recibió una agresión verbal proveniente de un encumbrado señor de la corte española, el Duque de Arión, de la misma frívola casta social a la que se pertenecía Barrett. Frente a esta circunstancia, Barrett arremetió a latigazos contra su ofensor a vista de todos. Este episodio aconteció el 24 de abril de 1902, cuando nuestro personaje tenía 28 años de edad.
Después del suceso referido, Barrett dejó para siempre España, aquella tierra de la llamada Generación del 98 –la de Pío Baroja y Ramón del Valle Inclán- que vivió el drama de la crisis monárquica, el fin del imperio y la necesidad de refundar un nuevo estado y en donde la voz de Barrett emergió al lado del ‘regeneracionismo’, cuyas enseñanzas se expresaron en aquella máxima que decía que era indispensable “echar doble llave al sepulcro del Cid y ocuparse de la realidad inmediata”.
En 1903, Barrett llegó a Buenos Aires puerto en el que, gracias a su talento y capacidad como escritor, pudo dedicarse al periodismo en el Diario El Tiempo. Empero, su mayor producción estuvo en el diario El Correo Español, espacio de expresión de los españoles republicanos en Argentina.
Paralelamente a su desarrollo personal, Barrett fue compenetrándose con la realidad del pueblo argentino, con la situación de los migrantes europeos y con sus expectativas sociales que provenían, en muchos de los casos, de la influencia del debate europeo que aconteció a finales del siglo XlX alrededor de las vicisitudes de la primera internacional de los trabajadores y de sus debates internos que confrontaron a Marx con Bakunin.
Para entonces, Barrett había confesado: “Amo a los desgraciados, a los caídos, a los pisados”. Esta postura se tradujo en su producción periodística que no solamente contribuyó a las determinaciones de los radicales de la época, sino que puso de manifiesto su enorme capacidad literaria, aquella que la llevó en 1904 a Paraguay con el propósito de cubrir como corresponsal de prensa la revolución liberal, con la cual se identificó rápidamente nuestro personaje, al punto que al triunfo de tal revolución -que dejó el tufo de las rebeliones inacabadas-, se quedó a vivir en Asunción.
Desde allí recorrió el país redescubriendo, mediante sus artículos, el Paraguay profundo, saturado de inequidades y miseria, aquellas de las que dio cuenta en sus textos y que en su vida cotidiana lo acercaron, en 1908, a la Unión Obrera del Paraguay a propósito de sus convicciones anarquistas definidas plenamente ya en este periodo.
La dictadura de 1908 del coronel Albino Jara, que dio al traste con la revolución liberal en Paraguay, persiguió a Barrett -para aquel entonces ya con los signos de la tuberculosis- quien sufrió arrestos domiciliarios y carcelazos que fueron minando su salud.
El anarquista sufrió en medio de estos trances el destierro a Montevideo en donde se vinculó con la prensa anarquista y con los círculos intelectuales progresistas de la época, que se abrevaban en las fuentes intelectuales del cambio y que buscaban afanosos los caminos de la justicia para su patria.
La tuberculosis lo haría abandonar Uruguay en 1909 y volver, clandestinamente, a Paraguay, en donde poco a poco se le abrieron puertas en algunos medios periodísticos para que él y su familia pudiesen subsistir hasta su muerte que ocurrió en 1910, dejando una niña huérfana y una compañera de vida que habían comprendido sus ideales y su lucha.
Augusto Roa Bastos, el formidable escritor paraguayo, dijo de Barrett que fue un precursor en todos los sentidos y quien enseñó a escribir a los paraguayos. Yo diría, que además que, en las latitudes por las cuales transitó, enseñó a luchar a los miles de los explotados de aquellos rincones de nuestro continente.