Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México.
El 15 de noviembre de 1922, en la ciudad de Guayaquil se produjo una brutal represión en contra del pueblo, como corolario a sus jornadas de lucha por lograr condiciones de vida dignas. Tal suceso–uno de los crímenes más dramáticos del Ecuador-dejó profunda huella en la historia nacional.
En efecto, los ferrocarrileros de Durán–población cercana a la ciudad de Guayaquil-en la segunda quincena de octubre de 1922, iniciaron una huelga reclamando por sus derechos. Esta huelga recibió el apoyo de distintas organizaciones de la provincia del Guayas. La huelga llegó a su final el 26 de octubre cuando se atendió los pedidos de los obreros.
Los acontecimientos señalados originaron, a partir del 8 de noviembre de 1922, que diferentes núcleos de trabajadores de Guayaquil impulsaran otras justas reivindicaciones, como las que enarbolaron los trabajadores eléctricos o los del transporte, quienes exigieron mejoras salariales y el cumplimiento de las ocho horas laborables.
Las demandas populares demostraron el nivel de dificultades por la que recorría la sociedad de aquel periodo, como efecto, entre otras cosas, de las secuelas provocadas por la primera guerra mundial que se evidenciaron en nuestro medio, entre otras cosas, en la crisis cacaotera, en la inestabilidad bancaria, en la grave dificultad fiscal y en el empobrecimiento de las mayorías.
En este contexto, el 13 de noviembre del mentado año de 1922, los trabajadores de la ciudad de Guayaquil declararon la huelga general indefinida hasta que se atendieran las justas demandas que habían sido planteadas, lo cual provocó una reacción intransigente del Presidente de la República, José Luis Tamayo, quien el día 14 de noviembre –mediante telegrama- instruyó al Jefe de la Zona Militar de Guayaquil, General Enrique Barriga, que “cueste lo que cueste, espero que usted mañana a las seis de la tarde me informará que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil”. La orden explícita de la represión llegó de esta manera artera.
Así pues, la multitudinaria marcha popular que fue convocada para el 15 de noviembre de 1922 fue dispersada a bala. Posteriormente, docenas de cuerpos inertes de los caídos fueron atravesados con bayonetas para después arrojarlos al Rio Guayas y pretender, de esta manera, esconder el crimen colectivo perpetrado por el poder.
Uno de los primeros asesinatos se produjo en una panadería ubicada en la calle Coronel, cuando adherentes a la huelga pidieron que dicho establecimiento cerrara sus actividades y que sus trabajadores se sumaran a la marcha que recorría las calles de Guayaquil. Los empleados de dicho establecimiento intentaron cerrar el local de trabajo pero fueron agredidos por su propietario–un ciudadano de apellido Chambers-y por algunos miembros de la policía. En tales circunstancias pereció el trabajador Alfredo Baldeón.
En 1946, el escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara puso en circulación la novela denuncia de los sucesos del 15 de noviembre de 1922 titulada “Las Cruces sobe el agua”. El personaje central de esta novela, Alfredo Baldeón, quedó inmortalizado en dicha obra literaria puesto que los acontecimientos de 1922 se volvieron un grito permanente a la conciencia nacional–esa misma conciencia que en 1926 organizó y fundó la primera organización política de izquierda-y una clarinada para los hombres y las mujeres de la Patria en su tarea de construir mejores días para el país, a costa de todo sacrificio y por encima de toda tiranía.