Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México
Importantes estudiosos de la historia de las colectividades sociales y de los diferentes sistemas de gobierno, persisten en señalar que los orígenes y el desarrollo de la democracia -anhelado arquetipo de igualdad entre los miembros de una sociedad- proceden de Atenas. Tal aseveración, difundida especialmente en las corrientes del pensamiento occidental, se ha constituido en una especie de punto de partida para evaluar los sistemas políticos modernos.
Los núcleos sociales de Atenas, desde sus inicios estuvieron gobernados por reyes, confrontados con comunidades aledañas a propósito de los afanes conquistadores entre sí. Alcanzada la unificación del Ática, se desarrolló -debido a la actividad agrícola- una elite terrateniente que, dirigida por los Eupátridas, disputó el mando del territorio a la monarquía, logrando que el sistema de gobierno fuese remplazado por un colegio de Arcontes, institución por la cual el magistrado electo -el Arconte-ejercía el cargo a perpetuidad y sin ningún disimulo de inhumano autoritarismo y de menosprecio a los grupos subalternos.
Luego, el poder de la nobleza terrateniente se redujo por las reformas impuestas por Dracón–reformas que mantuvieron intactos los escarmientos severos-y por aquellas que posteriormente fueron impulsadas por Solón, todo lo cual dio como resultado el que se agrupara a los ciudadanos en cuatro estamentos, según su fortuna, estimulándose una clara diferenciación social y económica.
Para la organización del Estado se implantó el Senado -conformado de cuatrocientos miembros provenientes de los grupos del poder económico y social- y la Asamblea General de Ciudadanos, de cuyo seno quedaron excluidos los esclavos, los extranjeros residentes y los descendientes de estos que, en conjunto, representaban un elevado porcentaje de la población.
De esta manera se instauró un sistema al que se le ha considerado como la base de la democracia, a pesar de las exclusiones y de las marcadas diferenciaciones sociales y económicas que, finalmente, establecieron la calidad de los ciudadanos.
En este contexto, bien puedo señalar que en la sociedad ateniense de hace más de veinte y cinco siglos atrás, las asimetrías fueron plenamente concurrentes y que desde entonces el grito apasionado por construir la democracia y la libertad –a partir de paradigmas y de luchas sociales-continúan en el mundo como una expectativa que se filtra incesantemente en el crisol de la ética social para irradiarse, luego, en la praxis cotidiana de los pueblos.
Por ello hoy–de la misma manera que ayer-el compromiso está en confrontar oportuna y adecuadamente, con unidad constante de las mayorías sociales, a quienes caminan en la historia por vías opuestas a las libertades plenas. Tal faena permitirá la supervivencia del género humano.