Artículo de Germán Rodas Chaves para Diario El Comercio*
23 de febrero de 2020
Bajo la convicción de que sus compatriotas debían conocer las características del gobierno arbitrario que había concluido su período y con la confianza de que sus opiniones podían incidir en la conciencia nacional para abrir un espacio doctrinario diferente al que hasta entonces predominaba, el agudo y formidable escritor ambateño, Juan Montalvo, puso en circulación, el 3 de enero de 1866, un opúsculo de 42 páginas al que llamó ‘El Cosmopolita’. En él introdujo severas críticas a Gabriel García Moreno -quien había gobernado entre 1861 y 1865- y penetrantes dardos en contra de su acción política.
La publicación referida también incorporó pasajes de su estadía -la de Montalvo- en Europa, y en ese entorno escribió una remembranza sobre la Roma antigua y respecto de lo que el escritor consideraba como las “virtudes” de aquella etapa histórica.
Los dos temas tratados recibieron una feroz respuesta de los afectos a García Moreno y al ‘establishment’ clerical. En este orden de cosas, cuestionaron las posiciones montalvinas en relación al ejercicio del poder de García Moreno; minimizaron sus opiniones referentes a las virtudes de la Roma antigua -puesto que la única virtud existente, decían sus adversarios, era la concerniente a la religión católica- e incluso fustigaron el uso del estilo y de las formas gramaticales con las cuales había construido Juan Montalvo su texto.
El periódico conservador El Sudamericano publicó el 26 de enero de 1866 tales cuestionamientos que, posteriormente, fueron difundidos mediante hojas volantes firmadas por núcleos conservadores denominados “Amantes de la Verdad y la Justicia”.
Los sucesos señalados -que no impidieron que aparecieran otros números de ‘El Cosmopolita’- marcaron profundamente a Montalvo, quien se propuso responder, tarde o temprano, con profundidad de análisis las posturas epistémicas de los conservadores y de los sectores clericales que lo habían confrontado con denuedo e insolencia.
En efecto, cuando el escritor ambateño vivió parte de su exilio en Ipiales -debido a la permanente persecución y asechanza que García Moreno, en su segundo periodo presidencial de 1869 a 1875, ejerció en su contra- trabajó con rigurosidad una obra -constituida de dos volúmenes- a la que llamó ‘Los Siete Tratados’ y que luego del asesinato de García Moreno en 1875 y cuando Montalvo pudo trasladarse a Europa, fueron publicados en Francia.
El primer tomo vio la luz en 1882 y el segundo, en 1883. El primer libro de ‘Los Siete Tratados’ trajo un estudio -el tercer tratado- titulado ‘Réplica a un sofista seudocatólico’, en el cual Montalvo desarrolló una larga disquisición sobre las necedades y prejuicios para que le hubieran calificado como hereje, anticlerical y anticatólico, no sin dejar de opinar de forma cáustica sobre el fanatismo religioso de sus adversarios y del contexto social de aquellos años.
Bien valdría decir, complementariamente, que los tratados de Montalvo -en donde se demuestra gran erudición e influencia del pensamiento liberal europeo- abordaron temas de carácter filosófico que cuestionaron el dogmatismo de esos tiempos en las diversas expresiones del comportamiento humano.
‘Los Siete Tratados’, una vez publicados, y con el entusiasmo del propio Montalvo, fueron difundidos particularmente en España. En Madrid el escritor se reunió, en junio de 1883, con intelectuales de la talla de Gaspar Núñez de Arce, Marcelino Menéndez Pelayo y también con los escritores italianos César Cantú y Eduardo de Amicis, que por entonces visitaban la capital española.
Recibió el talentoso ambateño, con esta oportunidad, elogios de importancia sobre su obra, que fueron publicados en el diario español El Globo. Debido a estos antecedentes, el ambateño ilustre apuró el envío de su reciente obra al Ecuador, con la certidumbre de que podrían provocar una razonable polémica.
Y cuando los libros en mención llegaron al país, los odios acumulados en las filas del pensamiento conservador y el fanatismo religioso puesto al servicio de aquellos, tramaron una respuesta: sancionar el pensamiento del político liberal Juan Montalvo, a propósito de denostar el contenido de ‘Los Siete Tratados’, e impedir la lectura de esta obra.
Fue así como el 19 de febrero de 1884, el arzobispo de Quito, José Ignacio Ordóñez, en una Pastoral -la cuarta que promulgaba en su condición de prelado- redactada en nueve páginas condenó la obra ‘Siete Tratados’ “porque contiene proposiciones heréticas, máximas escandalosas y principios contrarios a los dogmas rebelados”. La Pastoral se refirió, además, al “error de las malas doctrinas que inciden en los escritores” y propuso la siguiente especulación: que los malos libros aparecían no solo por culpa de sus autores, sino de “los comerciantes de los impresos y de los trabajadores de las imprentas”.
En más de una oportunidad -adicionalmente- el Arzobispo respaldó ante la opinión pública su Pastoral señalando que los libros condenados “simulan un cesto de flores, cuando a su interior esconden veneno”.
En este contexto, Montalvo enfrentó al arzobispo Ordóñez y, fundamentalmente, a las ideas conservadoras y clericales, escribiendo ‘Mercurial Eclesiástica’. Sus opiniones -vehementes y con una gran carga de ímpetu- circularon en el país con alguna dificultad, puesto que el inicial envío de este texto, que fuera trabajado y editado en Francia, con el auspicio económico de algunos allegados a Montalvo, se perdió parcialmente en Panamá.
En medio de todas estas circunstancias y con la finalidad de cerrar de un tajo la presencia del pensamiento de Montalvo en el país, el arzobispo Ordóñez viajó a Roma con el fin de propiciar las acciones pertinentes para que los libros que había condenado fuesen incorporados -como en efecto ocurrió- en el Índice de los libros prohibidos, asunto que se produjo en el Papado de León XIII, a los pocos meses de la comentada Pastoral del Arzobispo de Quito.
Un capítulo del dogmatismo que en nuestros lares pretendió -sin lograrlo- reducir a la nada a los ‘Siete Tratados’, en medio de una pirueta que infamó a Juan Montalvo, con el propósito encubierto de sojuzgar el pensamiento crítico de aquellos años.
*Historiador y escritor