Artículo de Germán Rodas Chaves para Diario El Comercio*
15 de abril de 2018
La opinión referente a que la ‘gripe española’ se desplegaría con rapidez y virulencia en los climas fríos y de altura, favoreció en nuestro país la noción que tal epidemia -cuando esta irrumpiera en Ecuador- afectaría exclusivamente a las poblaciones de la Sierra.
Por ello, cuando el 13 de diciembre de 1918 se detectó que la gripe había llegado a Guayaquil, la desazón y sorpresa de las autoridades sanitarias fue enorme. En efecto, la enfermedad había sido traída desde Lima -seguramente por algún viajero a bordo de una de los buques que cumplían este desplazamiento- y gracias a las características del clima guayaquileño no se extendió en el Puerto, más allá de provocar la alarma ciudadana.
No obstante, la enfermedad que sobresaltó a Guayaquil tuvo una puerta de transmisión hacia Quito debido a que una unidad de soldados del batallón Marañón -afincado en la Capital- fue transportada por tren desde Guayaquil a Quito, rompiendo inconsultamente el cerco epidemiológico que se había instituido.
La ‘gripe española’ -ahora sí en un medio geográfico que favorecía su desarrollo- fue detectada en Quito el 16 de diciembre de 1918. Al día siguiente, por disposición de las autoridades de higiene, se cerraron las instituciones de educación, se clausuraron las actividades públicas y se informó a la población de la circunstancia epidémica. El suceso se produjo en el mismo período en el cual en Europa se propiciaban todas las sagacidades para que terminara la Primera Guerra Mundial, mientras en medio de este contexto una gripe devastadora afectaba a las tropas involucradas en la conflagración mundial.
La epidemia a la que hago referencia fue llamada, inadecuadamente, ‘gripe española’, debido a que en la península Ibérica la información sobre las características de la epidemia gripal fue constante y abundante, más allá de que el origen de esta enfermedad eran Estados Unidos de Norteamérica, en donde la aclaración sobre su escenario epidemiológico fue tangencial, a pesar de que el virus se irradió desde ese país hacia el resto del mundo en medio de tres ciclos diferentes, que ocurrieron entre marzo de 1918 y febrero de 1919, dejando en el planeta alrededor de 70 millones de muertes.
En el Ecuador, en octubre de 1918 la prensa local advirtió a las autoridades sanitarias -nutriéndose de la información periodística internacional, particularmente del diario ABC de Madrid y del periódico norteamericano The Evening World- sobre el avance de la epidemia gripal que a su paso provocaba la muerte y que demandaba al Gobierno, presidido por Alfredo Baquerizo Moreno, que asumiera políticas de salud adecuadas para impedir la tragedia en ciernes.
Lo referido exigió que el ministro del Interior y Sanidad, José María Ayora, pidiera a su hermano Isidro, entonces decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, que elaborara un instructivo para confrontar la epidemia y preparar, de esta manera, a la población local frente al acecho de la ‘gripe española’. Isidro Ayora, junto con los profesores de la Facultad de Medicina Luis Dávila y Aurelio Mosquera Narváez, trabajó un instructivo con normas higiénicas fundamentales y prácticas para resistir los efectos de la gripe.
Tal material de difusión fue concebido bajo la orientación del pensamiento médico higienista europeo, de tal suerte que se involucró en las acciones de respuesta a la epidemia a otras instituciones, como el Cabildo, que debió asumir los pagos a las farmacias por los medicamentos recetados y que fueron requeridos por los enfermos. Adicionalmente, los médicos fueron organizados no solo para que atendieran a los contagiados en determinados lugares de la ciudad, sino para que pudieran examinar a los posibles aquejados del virus gripal en sus propias viviendas -a más de que efectuaran controles profilácticos en diversos sitios de la ciudad-, todo ello en medio de un seguimiento clínico adecuado a los casos identificados como víctimas de la epidemia.
No cabe la menor duda de que la réplica de los encargados de enfrentar la ‘gripe española’ en el país denotó la adscripción de ellos al pensamiento higienista público, corriente cognoscente médica que había comenzado a desarrollarse en Ecuador en el gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez (1901-1905) y que fuera impulsada, posteriormente, por Eloy Alfaro en su segundo período presidencial (1906-1911), dejando de lado al pensamiento epistémico del asistencialismo público, establecido en la primera etapa alfarista (1895-1901).
El 19 de enero de 1919, las autoridades sanitarias del país señalaron que la epidemia de la ‘gripe española’ había sido controlada y procedieron a autorizar la reanudación de clases, entre otras cosas. La Subdirección de Sanidad reportó, en 1919, que en Quito se habían presentado 15 070 casos de gripe y 185 defunciones por esta misma circunstancia. Contrastada la realidad local con lo que había acaecido, por ejemplo, en México, Bogotá o en Lima -en donde ocurrieron miles de muertes- las circunstancias de la epidemia gripal fueron bastante bien controladas.
Todo ello fue posible debido a los criterios preventivos que impulsó el médico Isidro Ayora, quien había comprendido que la epidemia debía ser advertida en un contexto en donde las relaciones y los equilibrios sociales y socio-ambientales se habían afectado o alterado y que, por todo ello, las acciones del Estado frente a la enfermedad debían también dar cuenta de esta realidad involucrando en su respuesta contra la epidemia a los diversos estamentos del poder y de la sociedad y confrontando, de esta manera, al suceso epidemiológico más allá de la receta, conforme así ya lo había planteado, algunas décadas atrás en Europa, el pensamiento conexo con el higienismo público.
*Autor del libro ‘Pensamiento médico: el liberalismo radical y la revolución juliana. Trazos de la figura de Isidro Ayora’.