NOV, 17, 2013
GERMÁN RODAS CHAVES
Publicado en La Hora: https://lahora.com.ec/noticia/1101591958/noticia
Alrededor de 20.000 personas participaron en la manifestación de aquel 15 de noviembre de 1922. Comenzaron a agruparse desde las 10 de la mañana. Sus consignas de protesta condenaban la crisis económica del país y expresaban el descontento de los explotados. En aquella fecha se convocaron para impulsar un programa reivindicativo elaborado previamente por una Asamblea Popular y estaban decididos a que su voz perturbara el silencio del poder. Las calles guayaquileñas les pertenecían para reclamar sus derechos.
La movilización fue el punto máximo de la lucha que se había iniciado un mes y medio antes, a propósito de una primera huelga exitosa, de octubre del propio 1922, y que fue organizada por los ferrocarrileros de Durán. A esta jornada de protesta laboral se sumaron diversas organizaciones laborales. La huelga llegó a su final el 26 de octubre, una vez que los reclamos ferroviarios fueron atendidos totalmente.
Luego de este triunfo de la clase obrera, el 7 de noviembre de 1922 la Empresa de Carros Urbanos demandó el alza de salarios y el cumplimiento de la jornada de 8 horas laborales, para lo cual declaró una huelga a la que se sumaron, inmediatamente, los trabajadores de la empresa eléctrica, circunstancia que provocó en cascada el apoyo de diferentes organizaciones populares y gremiales.
De esta manera, volvió a repetirse lo que había ocurrido semanas atrás. La agitación laboral fue intensa en un ambiente de crisis económica nacional que, adicionalmente, provocó que el sector importador –víctima de la crisis de la postguerra mundial– planteara, también, la necesidad de soluciones para sus intereses afectados. La situación estructural había movilizado a diferentes grupos sociales.
Pero el Gobierno liberal de Luis Tamayo no estaba para soluciones; ni siquiera tuvo la capacidad de buscar alternativas o paliativos frente a la crisis, por lo que Tamayo dio instrucciones al Jefe militar de la Zona de Guayaquil para que “el orden, la paz y la calma” volvieran el día de la gran movilización del 15 de noviembre.
La represión, entonces, fue violenta. Centenares de muertos produjo la gendarmería, que lanzó los cadáveres de sus víctimas al río Guayas. Esta realidad dramática –que conmovió la conciencia nacional– fue la que algunos años más tarde reflejó Joaquín Gallegos Lara en su novela ‘Las cruces sobre el agua’.
En efecto, el 15 de noviembre de 1922 fue el bautizo de sangre de la clase obrera y popular. Esta realidad precipitó la caída del Régimen. Este mismo hecho histórico se constituyó en uno de los antecedentes para la confrontación a los regímenes liberales del periodo y para la búsqueda de alternativas de gobierno, así como para que las ideas de cambio comenzaran a fluir intensamente.
La memoria de los asesinados el 15 de noviembre de 1922, hace 91 años, no puede llevarnos exclusivamente a recuerdos añejos. La historia de tales acontecimientos tampoco puede ser para que las páginas de la historiografía nacional estén abarrotadas de datos. El peso de la circunstancia histórica de noviembre del 22 del siglo pasado sigue siendo un acicate para construir una sociedad justa y humana, lejos de los eslóganes y de las piruetas discursivas.