Artículo de Germán Rodas Chaves para Informe Fracto – México
Cuando la intervención napoleónica se tomó la península Ibérica, las autoridades de los Virreinatos y de las Audiencias en América, muy a pesar suyo, se volvieron en representantes del poder usurpador. Esta circunstancia provocó la argumentación necesaria en el sentido que dichos mandos debían ser sustituidos.
En el caso de Quito, detrás del razonamiento antes referido, estuvieron convocados importantes sectores que, adicionalmente, expresaron su afán de no responder a los objetivos de los Virreinatos de Lima y Santa Fe y que denotaron su intrepidez de gobernar por si solos y sin tutelaje alguno.
En Quito, el intento de constituir una Junta Patriótica en 1808, en el contexto de todo lo señalado, fue descubierto y tal circunstancia obligó a los propulsores de la idea a posponer aquella iniciativa. Fue en 1809, el 10 de agosto, cuando se constituyó la Junta Soberana –en remplazo del poder colonial- y fue nombrado el Marqués de Selva Alegre como su Presidente. Los hechos se precipitaron gracias a la determinación y templanza de Manuela Cañizares para que ocurriera este episodio al que se le ha denominado como la primera iniciativa independentista en el país.
La vida de la Junta fue complicada, pues los apoyos que se esperaban desde Cuenca, Guayaquil y Pasto nunca se concretaron debido a que las autoridades españolas intervinieron para que no hubiera una “ruptura del orden” y a causa de una conducta de escepticismo de los sectores populares que no se sintieron parte de los objetivos de la coyuntura; todas estas situaciones debilitaron la acción de los criollos, quienes paulatinamente fueron sintiéndose asediados, habida cuenta que el Virreinato de Lima envió fuerzas militares para sofocar las intenciones de la Junta.
En efecto, las tropas que vinieron desde Lima en 1809 a imponer “orden” en Quito, sabían que no podían dejar vestigios de la insubordinación y menos la posibilidad que las ideas de cambio fueran difundidas en lo posterior. Tanto lo entendieron así, que a pesar de sus ofrecimientos de “perdón y olvido” fabricaron los argumentos para reducir a prisión a las figuras visibles de los acontecimientos del 10 de agosto de 1809 y aprovecharon las circunstancias para poner tras rejas a un número elevado de personas que de una u otra manera habían cuestionado al poder español.
Cuando se conoció que algunos de los prisioneros fueron sentenciados a muerte, y que varios de los presos serían expulsados de la ciudad, entre otras sanciones, núcleos importantes de ciudadanos propiciaron la toma de las cárceles y de los cuarteles para impedir tales circunstancias. Las tropas del Virreinato de Lima aprovecharon los sucesos comentados para desencadenar el asesinato de los reos y, también, de una parte importante de la población quiteña.
Todo aquello ocurrió el 2 de agosto de 1810. Allí, con la sangre derramada de las patriotas se sembraron los objetivos de la independencia, de la libertad, de la lucha contra los poderes omnímodos. En contra de las tiranías.
Las tareas del 10 de agosto de 1809 y las que emergieron en medio del 2 de agosto de 1810, estarán siempre presentes mientras existan otras dependencias de las cuales liberarse o cuando se constaten vestigios coloniales y ausencias de libertades.